Militante del Sector de Adultos de Acción Católica General de Madrid
Este verano he vuelto a tener una experiencia con las misioneras de la caridad de madre Teresa de Calcuta. Ha sido en Etiopia, y en concreto en Addis Abeba, la capital del país, organizado por la Acción Católica y con una duración de tres semanas en agosto.
La casa de las hermanas se situaba en un barrio pobre de la ciudad, Sediskilo, y ésta albergaba a unas mil personas, distribuidas en distintos pabellones: niños huérfanos con parálisis cerebral, madres que acaban de dar a luz o con hijos enfermos, mujeres con diversas enfermedades, niñas jovencitas con síndrome de Dawn, hombres y mujeres con lesiones tumorales o con varios grados de parálisis, moribundos, ancianos...etc. Y en medio de todos ellos 14 hermanas de la caridad que intentaban dar lo mejor de ellas, cariño, simpatía, ánimo, paz, organización y sobre todo amor de Dios. Junto a ellas encontrábamos a una serie de trabajadores profesionales que se encargan de cuidar noche y día a estos enfermos. Ellos también seguían el espíritu de madre Teresa intentando agradar a los niños y a los mayores.
Y en verano llegamos los voluntarios, que en un primer momento puede parecer que estorbamos, por nuestra inexperiencia y desconocimiento del lugar y de las personas a tratar...Nuestra misión principal era hacer la terapia Padovan con los niños con parálisis cerebral. Esta consiste en movilizar todas las partes del cuerpo mediante ejercicios fisioterapéuticos para estimularles el cerebro. También les dábamos de comer y jugábamos con ellos.
Al principio los niños me producían un poco de rechazo físico por lo extravagante de su físico y sus babeos y moqueos constantes. Algunos pegaban o intentaban morder, era su forma de jugar o hacerse notar, otros se golpeaban en la pared o iban zombis por la casa. Muchos de ellos lloraban los primeros días que les hacíamos la terapia, por miedo o inseguridad ante la novedad. En muchos de esos momentos queríamos tirar la toalla y ponerlos a hacer otra cosa...pero ahí estaba el rostro de Cristo que nos decía: "lo que hicisteis por uno de estos, conmigo lo hicisteis". Después les cogíamos tanto cariño que nos salían los besos y abrazos de forma natural, y ellos mismos nos pedían la terapia. Es muy importante dar amor en todo lo que haces, pues el trabajo profesional debe ir cargado de amor para servir a Dios y a los hermanos y si además es un trabajo "face to face" con niños o personas enfermas o marginadas de la sociedad, más razón todavía para dar todo el amor que no han recibido de sus familiares.
Después de la terapia se podía ir a visitar a los moribundos, a los ancianos o a las niñas jovencitas de la Kriper que les encantaba jugar.
Para hacer todo esto se necesita una fuerza muy especial de la que nos alimentábamos cada día: La Eucaristía. Todas las mañanas participábamos en la Misa con las Sisters a las 6.30, a ella acudían voluntarios, algunos trabajadores y religiosas de otras comunidades. Después, por la tarde, teníamos una hora de adoración ante el santísimo expuesto, donde presentábamos al Señor todos nuestros quehaceres, afectos, alegrías, agobios y cansancios. Había días buenos y días malos, como en la vida ordinaria de cualquier persona, pero a la hora de presentar el día ante el Señor, todo era bueno, pues ahí estábamos con El, a las duras y a las maduras, en lo bueno y en lo malo, amándole y dejándonos amar por El, sintiendo como nos confortaba en los momentos de dificultad y contándole nuestras penas y nuestras alegrías. También escuchando lo que nos pedía cada día. A mí me pedía que no me centrara solo en los niños y la terapia, sino que fuera a ver a los moribundos que tanto miedo me daban al principio. A su vez, me pedía que fuera a jugar con las niñas de 12 años que estaban en la Kriper con síndrome de Dawn o con parálisis. Y aquí hice un gran descubrimiento:
Las niñas que podían andar salían fuera de las habitaciones para que jugáramos al balón y demás, te hablaban en ingles y sabían tu nombre nada más llegar. Otras estaban en cama o silla de ruedas pero jugaban con sus manos también al balón y se reían y hablaban mucho. Pero había algunas que no podían moverse nada. Una en concreto estaba con un gorrito y toda tapadita, pues al no moverse sentiría más frío que el resto. Y al principio me agobió un poco, ya que al ponerme en su lugar, me sentía yo aprisionada allí....Pero al acariciarla cambiaba la expresión de su cara y si la hablabas y contabas cosas y la acariciabas más, sonreía más cada vez. Sus ojos expresaban el agradecimiento y la alegría de tener una nueva amiga, de que alguien estuviera disfrutando con ella y hablando y diciéndola lo guapa que era. Fue un regalo de Dios, era el mismo Cristo a quién yo veía allí, en ella. Y a su vez, sentí que Dios la hablaba a través mío, utilizándome como instrumento para dar su amor. Y esto fue la última semana, por lo que me faltó tiempo para estar más días visitándola. Pero cada vez que la recuerdo me da mucha paz.
La acogida de los etíopes fue magnifica, siempre queriendo agradarnos para que estuviésemos a gusto y disfrutando de su país.
Es un pueblo muy trabajador, que necesita ser promocionado de verdad, pues hay mucha riqueza natural y humana allí.
Doy gracias a Dios, a las Sisters y a los etíopes por permitirnos vivir esta experiencia de amor tan bonita y gratificante.