ORGULLOSO DE LA IGLESIA
Aunque ya han pasado algunas semanas desde nuestro regreso, sigo allí en Requena, Perú, en la Misión. La vuelta a casa ha sido bastante dura: una semana de tomar la vacuna contra la malaria, comenzar los preparativos del nuevo curso, e intentar contar a todos, con fotos y videos, lo vivido en el mes de agosto. Tarea no siempre fácil ni grata, ya que algunos te dicen: selecciona las mejores fotos, otros comentan: pero si no hay tanta pobreza, ¿ese es el obispo?¿todas esas fotos me vas a poner? Eso a quienes les he conseguido poner las fotos, otros no han tenido ni tiempo o simplemente comentan: ¡pues estás aquí y no te ha comido ningún cocodrilo!
¿Cómo explicarles que he vivido realmente en fraternidad con mis hermanos de misión? La convivencia no fue fácil, debido a las duras condiciones, pero somos hermanos y seguimos unidos en la oración. (Bueno, y también en un grupo de whatsapp imparable!).
¿Cómo expresar que durante ese tiempo de misión he confiado en la Providencia de Dios y que nunca, sí- digo nunca-, había sentido que Dios me cuida, me protege y me lleva cada día a que, con mis limitaciones, anuncie su Palabra. ¿Cómo decirles a todos que he sentido que era un humilde instrumento de Dios?
¿Cómo explicar con fotos o imágenes que hemos tenido la suerte, yo diría "Gracia" de compartir unos días con el Obispo de Requena, D. Juan Oliver? Cuando les comento que es la persona más humilde que he conocido en mi vida, que cuando le ves, realmente pienso que estoy a viendo a Cristo en persona, que se sabía mi nombre, que quiere que le escriba, que comparte mi cruz y me da ánimos, que piensa en todos y en cada uno, pero sobre todo en los más necesitados, que es perseguido, que está solo, que es feliz viviendo la radicalidad del evangelio e imitando a Jesús, que es trabajador, que se nota su mano en cada rincón, que tan pronto está barriendo la iglesia, como en una reunión de catequistas, como dando alguna limosna, haciéndonos -encima que vamos a su casa- tortilla de patata, pero sobre todo orando, y celebrando la Eucaristía.
Muchos aquí tienen prejuicios ante los obispos, ante la Iglesia. Es una pena. Yo siempre he dicho, y después de esta experiencia misionera cada vez estoy más convencido, que quien se mete con la Iglesia, es que no la conoce, o no la quiere conocer.
Pues bien, allá, a 12.000km. de Madrid, tras dos días y medio de un viaje precioso, pero agotador, se encuentra el Vicariato de Requena. Nada más llegar impacta el excesivo calor y humedad al que cuesta acostumbrarse un par de semanas. El entorno es impresionante, es obra de Dios. ¡Qué grande es Dios!, pensaba durante el viaje por el río Amazonas y Ucayali. Pero las condiciones de vida son extremadamente duras: no es un tópico, todo el mundo parece esperar ver imágenes impactantes de niños pobres, de gente que se muere de hambre, etc. Pues allí donde ni siquiera muchos peruanos saben dónde se encuentran estas 30.000 personas, allá donde el río crece en la época de lluvias e inunda toda la "ciudad" (tanto que no se pueden ni desplazar salvo en unas pequeñas barcas), en el lugar donde nadie quiere ir a trabajar, ni siquiera los propios del lugar, allí, sí, donde a nadie le importan ni siquiera los posibles votos electorales de esta gente y acampan a sus anchas todo tipo de corrupción y males occidentales, allí y lo digo con todo el orgullo del mundo, sí allí ESTÁ PRESENTE LA IGLESIA. NUESTRA IGLESIA. MI IGLESIA.
Celebrando cada día la Eucaristía, rezando los mismos salmos, repitiendo cada Ave María, allí viviendo en medio de ellos, al lado de ellos, sufriendo con ellos, están los misioneros, en este caso Franciscanos, anunciando con su vida el Evangelio, celebrando a veces con dos personas la Eucaristía, sufriendo con el todo el pueblo las carencias, pero dando TESTIMONIO de la ESPERANZA, recordándoles silenciosamente, que aunque sean los pobres entre los pobres, los que nadie quiere, los más necesitados, para Dios y para la Iglesia son únicos e irrepetibles, son todos y cada de ellos un tesoro, que tienen dignidad y son Hijos de Dios.
Nuestra misión ha consistido, en dar fe de esta maravilla de Iglesia que tenemos, en ser testigos de la grandeza de nuestra Iglesia y de sus misioneros y misioneras, en visitarles, en animarles una tarde o en compartir con ellos una velada. En decirles, tanto a los misioneros como a todas las personas de la ciudad, (con toda humildad), que nosotros también queremos ser misioneros, aunque sólo podemos estar aquí un mes, que desde la otra punta del mundo rezamos por ellos (y les mandaremos fondos para que sigan atendiendo a todos), y que hay esperanza, la Esperanza de Dios, de la Buena Noticia.
Una pregunta que nos hacía mucho la gente que nos encontrábamos era: ¿pero qué hacéis aquí? ¿Cómo venís a vernos si somos los últimos de los últimos? La respuesta está en mi Iglesia, en la universalidad de la misma, en la oración, en el compartir una misma fe.
Gracias a la Iglesia, como en tantos y tantos lugares del mundo, hay policlínicos, hospitales, botiquines en cada rincón o poblado de la selva, colegios, escuelas para discapacitados, casas para los ancianos, Eucaristía y atención humana y espiritual. Increíble.
He podido ver cómo es mi Iglesia y aportar durante un mes mi fe a la misma, en Requena. Me he sentido misionero y soy testigo de la bondad de Dios, que está presente en los más desfavorecidos. Además he podido rezar, cantar, trabajar, ayudar, conocer, compartir, reír, llorar, disfrutar, sufrir y amar a hermanos que están en el otro extremo del mundo pero que comparten mi misma fe. He conocido a la orden de los franciscanos, al obispo, a los misioneros/as, a tantas personas, a cientos de alumnos/as nuevos, pero sobre todo, hemos intentando vivir en fraternidad con los hermanos de misión, y lo que nunca nos faltó, allá en la selva, fue compartir Laudes, el rezo del Santo Rosario y la Eucaristía. Este ha sido nuestro testimonio.
Ahora nos quedan miles de recuerdos, un pesar alegre en el corazón, un pensamiento de volver, de quedarse, de ir a otro proyecto, de rezar, pero sobre todo, de intentar recaudar lo máximo posible para que la Iglesia pueda seguir ayudando y llevando el mensaje de salvación de Jesús a todos los lugares del mundo.
Doy gracias a la Delegación de Juventud de Madrid, y al responsable de esta experiencia, Fran Cañestro, el haber confiado en nosotros para ser testigos de la ingente tarea que la Iglesia está llevando a cabo en Jenaro Herrera y en Requena. Les doy las gracias y a ver si soy capaz de con unas fotos, videos o escritos, anunciar a todos que estoy ORGULLOSO DE LA IGLESIA.
Para terminar quería hacerlo con unas palabras que dirigió un misionero, D. Lorenzo, en la sobremesa de una comida de fraternidad a la que nos invitaron, junto con unos veinte jóvenes aspirantes Franciscanos: "... y recordad siempre, el pasado con agradecimiento, el presente con pasión y el futuro con esperanza".
Gracias por todo. Paz y Bien.
Miguel Ángel Martín Tobella.- Profesor y miembro del Secretariado de Infancia Misionera del Consejo Diocesano de Misiones de Madrid